jueves, 26 de abril de 2012

El olvido de la tierra

Lo que el árbol tiene de florido
 vive de lo que tiene sepultado

Francisco Luis Bernárdez
La vida sencilla


Llamar al pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida,
bailar el baile sin perder el paso,
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
estas cuatro paredes -papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillento-
no son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;
saber partir el pan y repartirlo,
el pan de una verdad común a todos,
verdad de pan que a todos nos sustenta,
por cuya levadura soy un hombre,
un semejante entre mis semejantes;
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos...
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos y del polvo.


Octavio Paz, "Libertad bajo palabra"







(Me encuentro pensando que le hubiera puesto "oración" a este poema. 
Y que debería de serlo. 
Y que qué glorioso hubiera sido que algo así fuera lo que a uno le enseñaban a repetir de pequeño!)




miércoles, 25 de abril de 2012

Cisne negro

No hablamos tanto del afán de perfección como de los desbordes de la represión cuando hablamos de "Cisne negro", pienso. El excelente enfoque de un encuentro con lo que Jung denominó "sombra" y sus vericuetos abordado desde el sugerente y conveniente escenario de una producción de "El lago de los cisnes"

Sí hablamos de la misma maravillosa Natalie Portmann de la genial "Closer" o la fantástica "V for vendetta"; la breve mujer de las mil vidas (porque por lo menos yo me quedo con esta sensación de que nadie puede actuar así, que esa actriz tiene que ser esa mujer que personifica, en algún punto. Claro que me equivoco, y es muy refrescante). 


Fotograma de la película "Black Swan", "Cisne negro"
Y hablamos también de una peli que vale la pena ver, si hay oportunidad






jueves, 19 de abril de 2012

La sangre del más grande círculo

Pasábamos por la puerta de un cementerio cuando ella citó a Rilke. Fue esa la primera vez que escuché su nombre conscientemente: "(...) pregúntese en la hora mas callada de la noche: ¿debo escribir?. Busque en lo mas profundo de si mismo la respuesta. Y si esta es afirmativa, si enfrenta esta grave pregunta con un seguro y sencillo "debo", siendo así, edifique su vida conforme a tal necesidad"
Al tiempo me regaló "Cartas a un joven poeta": edición de bolsillo, comprada en Barcelona en un viaje casi iniciático, con el precio en pesetas estampado en la tapa en un dorado espantoso sobre un dibujo en blanco y negro de gente en una estación de tren.
Del mismo país le traje yo, después de levantar de la calle un día de lluvia un folleto embarrado de "La sangre del más grande círculo"  por pura curiosidad y encontrar en otro lado la rosa con cuya espina dice el mito romántico que encontró su muerte...-tropezando, en fin, con él por varios lados-,  "Cartas del vivir". Como una suerte de espejo, pensaba yo; como si su "yo anterior" se lo hubiera enviado y yo no hubiera hecho más que recogerlo para ella. (bueno, che!: cada uno delira con lo que se le da la gana...)
Tuve la suerte de verla bastante tiempo después de haber vuelto, cosa que me permitió leer el libro antes de regalárselo


Me encuentra la vida viviendo, de pronto,  y también de pronto yo recuerdo a Rilke hablándole a su cuñado, de entonces 20 años, con hondísima sabiduría. 
Y aquí quiero dejarlo, para mi, para mi compañero, y para todo el que busque sin saber qué ni cómo, pero sabiendo que busca algo más, una otra cosa 





 A Friedrich Westhoff
Roma, villa Strohl-Fern, 29 de abril de 1904
Querido Friedrich:
      Hemos tenido abundantes noticias de ti en este tiempo a través de madre y, sin conocer más detalles precisos, adivinamos, sin embargo, que pasas una época difícil. Madre no podrá ayudarte; de hecho, en el fondo nadie puede ayudar a nadie. Esto es lo que se vuelve a aprender siempre en todo conflicto y en cada confusión: que uno está solo.
      Esto no es tan malo como parece a primera vista. Porque es al mismo tiempo lo más positivo en la vida: que cada uno lo tiene todo en sí mismo, su destino, su porvenir, su espacio y todo su mundo. No es menos cierto también que hay momentos en que es difícil permanecer en sí mismo y aguantar; ocurre que, justo en los momentos en que más firmemente y, casi diría, más obstinadamente que nunca uno debería aferrarse a sí mismo, se adhiere a algo exterior. Demasiado a menudo sucede que, con ocasión de importantes acontecimientos, se traslada al centro propio desde uno mismo a algo extraño, a otro ser. Obrar así significa ir contra la más elemental ley del equilibrio; de aquí sólo pueden surgir dificultades y pesadumbres.
      Clara y yo, querido Friedrich, nos hemos hallado de acuerdo y nos hemos entendido precisamente en que toda vida en común sólo puede consistir en fortalecer dos soledades vecinas y que todo lo que suele llamarse don de sí, abnegación, perjudica esencialmente el corazón de la vida en común: pues si uno se abandona, ya no es nada, y si dos seres renuncian a sí mismos para encontrarse, ya no hay suelo bajo sus pies, y su vida conjunta es una continua caída. No sin grandes dolores, mi querido Friedrich, nos hemos dado cuenta de esto, y todo el que quiera llevar una vida propia ha de aprenderlo de una u otra forma.
      Alguna vez, cuando sea más maduro y tenga más años, quizá llegue a escribir un libro para jóvenes. No porque crea haber aprendido mejor que otros, al contrario, sino porque todo se me ha hecho mucho más difícil que a los demás ya desde la infancia y a lo largo de toda mi juventud.
      Una y otra vez he tenido que rehacer la experiencia de que apenas hay algo más difícil que amarse. Que el trabajo es ganar el jornal de cada día; sí, Friedrich, el jornal. Dios sabe que no tenemos ninguna otra palabra para expresarlo. A esta observación hay que añadir otra: que los jóvenes no están preparados para tan difícil amor, pues todas las convenciones sociales han intentado convertir en trivial y frívola esta complicadísima y suprema relación, y les ha hecho caer en el espejismo de que estaba al alcance de todos. No es así. El amor es difícil, más difícil que lo demás, porque, en otros conflictos, la Naturaleza misma invita al ser humano a concentrarse, a recogerse en sí mismo con todas sus fuerzas, mientras que la exaltación amorosa acecha la tentación de abandonarse del todo. Piensa sólo esto: ¿puede ser algo hermoso entregarse no como un todo ordenado sino a ciegas, pedazo a pedazo, como venga a mano? Semejante entrega, que se parece tanto a arrojar o a desagarrar, ¿puede ser algo bueno, dicha, alegría, progreso? No, no puede serlo… Antes de regalar flores a alguien, las encargas antes, ¿no es verdad? Pero los jóvenes que se quieren, con toda la impaciencia y prisa de su pasión, se arrojan uno en brazos del otro y no aprecian qué carencia de mutua valoración hay en esa entrega desordenada; sólo lo notan con asombro y desgana en el desacuerdo que no tarda en surgir a causa de todo ese desorden. El desacuerdo que se instala entre ellos agrava la confusión de día en día, ninguno de ellos tiene ya en torno suyo nada inalterado, nada que sea auténtico; metidos en una ruptura irreparable tratan de mantener la apariencia de su dicha (pues por causa de la dicha hubo de ser todo eso, sin embargo). ¡Ay!, apenas pueden ya darse cuenta de qué entienden por “dicha”. Cada cual, en su inseguridad, se vuelve más y más injusto contra el otro: los que sólo soñaban con una mutua benevolencia, se tratan ahora de modo tiránico e intolerante, y en la necesidad de salir al precio que sea de esa confusión insoportable cometen la mayor falta que pueda manchar las relaciones humanas: ceden a la impaciencia. Se empujan a una conclusión, a una decisión que creen definitiva; intentan fijar de una vez para siempre su relación, cuyas sorprendentes alteraciones les han asustado, para que, en adelante, sea “eternamente” (como dicen) la misma. Este es sólo el último eslabón en esa larga cadena de errores que se sueldan uno con otro. Pues ni siquiera lo muerto se deja fijar definitivamente (se corrompe y cambia a su manera). ¡Cuánto menos se puede tratar lo vivo decisivamente, de una vez por todas! 
Vivir es justamente transformarse, y las relaciones humanas, que son lo esencial de la vida, son lo más mudable de todo, lo más fluctuante, y los verdaderos amantes son seres en cuya relación y contacto ningún momento es idéntico a otro; seres entre quienes nunca tiene lugar algo habitual, algo que ya haya existido alguna vez, sino lo puramente nuevo, lo inesperado, lo inaudito. Existen tales relaciones de las que debe surgir una dicha inmensa, casi invisible, pero sólo pueden entablarse entre personas de gran riqueza, entre seres ya ordenados, concentrados. Sólo dos mundos singulares, amplios y profundos, pueden unirse. 
      Salta a la vista que los jóvenes no pueden garantizar semejante relación, pero si comprenden adecuadamente su vida, pueden alzarse despacio hasta esa dicha y prepararse para ella. Si aman, no han de olvidar que son principiantes, aficionados, aprendices del amor, deben aprender el amor, y para eso, como en todo aprendizaje, hace falta paz, paciencia y concentración.
      Tomar el amor en serio, padecerlo y aprenderlo como un trabajo. Esto es, Friedrich, lo que los jóvenes necesitan. La gente también ha malentendido, como tantas otras cosas, la posición del amor en la vida, lo ha convertido en juego y pasatiempo, porque se creía que el juego y la diversión son más felices que el trabajo; pero no hay nada más dichoso que el trabajo; y el amor, precisamente por ser la suprema dicha, no puede ser sino trabajo. Quien ama, debe intentar comportarse como si tuviera ante sí un gran trabajo: debe estar muy solo y entrar en sí, concentrarse y consolidarse; debe trabajar, ¡debe ahorrar, y reunir, y producir miel!
      No hay que desesperar nunca si se ha perdido algo, una persona, una alegría o una dicha: todo vuelve de nuevo con mayor esplendidez. Lo que debe desprenderse, cae: lo que nos pertenece, permanece en nosotros, pues todo obedece a leyes que superan nuestra comprensión y con las que sólo aparentemente estamos en desacuerdo. Hay que vivir en uno mismo y pensar en la totalidad de la vida, en sus millones de posibilidades, de vastedades y de futuros, ante los cuales no hay nada pasado ni perdido.
      Pensamos mucho en ti, querido Friedrich. Estamos convencidos de que habrías encontrado por ti mismo esta salida personal a cualquier crisis, la única eficaz, si no estuvieras lastrado con el peso de tu año de servicio militar. Recuerdo que, tras la cárcel de la Escuela militar, mi sed de libertad y los altibajos de mis sentimientos acerca de mí mismo (que sólo poco a poco pudo curarse de las heridas y de los golpes recibidos entonces) me arrojaron a extravíos y a sueños absolutamente ajenos a mi vida; afortunadamente tuve suerte en mi trabajo. En él me reencontraba a mí mismo como hago ahora cada día. Ya no me busco en ninguna otra parte. Así actuamos y así vivimos, tanto Clara como yo. Seguro que también lo lograrás. Ten ánimos porque todo se encuentra delante de ti y las épocas en las que pesan las dificultades nunca son tiempo perdido.
      Te saludamos, querido Friedrich, con todo nuestro afecto.
                                                                                                                     Rainer y Clara
En Cartas del vivir
Tomado de El cofre de lucía (es que ya no tengo el libro en mi poder!)


miércoles, 18 de abril de 2012

Pequeñas lecciones de erotismo

Piñanona. Mexico, año 2000.
Fotografía de Flor Garduño


I




Recorrer un cuerpo en su extensión de vela
Es dar la vuelta al mundo
Atravesar sin brújula la rosa de los vientos
Islas golfos penínsulas diques de aguas embravecidas
No es tarea fácil - si placentera -
No creas hacerlo en un día o noche de sábanas explayadas
Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas


II




El cuerpo es carta astral en lenguaje cifrado
Encuentras un astro y quizá deberás empezar
Corregir el rumbo cuando nubehuracán o aullido profundo
Te pongan estremecimientos
Cuenco de la mano que no sospechaste




III


Repasa muchas veces una extensión
Encuentra el lago de los nenúfares
Acaricia con tu ancla el centro del lirio
Sumérgete ahógate distiéndete
No te niegues el olor la sal el azúcar
Los vientos profundos cúmulos nimbus de los pulmones
Niebla en el cerebro
Temblor de las piernas
Maremoto adormecido de los besos




IV




Instálate en el humus sin miedo al desgaste sin prisa
No quieras alcanzar la cima
Retrasa la puerta del paraíso
Acuna tu ángel caído revuelvele la espesa cabellera con la
Espada de fuego usurpada
Muerde la manzana


V


Huele
Duele
Intercambia miradas saliva impregnate
Da vueltas imprime sollozos piel que se escurre
Pie hallazgo al final de la pierna
Persíguelo busca secreto del paso forma del talón
Arco del andar bahías formando arqueado caminar
Gústalos


VI


Escucha caracola del oído
Como gime la humedad
Lóbulo que se acerca al labio sonido de la respiración
Poros que se alzan formando diminutas montañas
Sensación estremecida de piel insurrecta al tacto
Suave puente nuca desciende al mar pecho
Marea del corazón susúrrale
Encuentra la gruta del agua


VII


Traspasa la tierra del fuego la buena esperanza
navega loco en la juntura de los océanos
Cruza las algas ármate de corales ulula gime
Emerge con la rama de olivo llora socavando ternuras ocultas
Desnuda miradas de asombro
Despeña el sextante desde lo alto de la pestaña
Arquea las cejas abre ventanas de la nariz


VIII


Aspira suspira
Muérete un poco
Dulce lentamente muérete
Agoniza contra la pupila extiende el goce
Dobla el mástil hincha las velas
Navega dobla hacia Venus
estrella de la mañana
- el mar como un vasto cristal azogado -
duérmete naúfrago.




Gioconda Belli. "De la costilla de Eva"

jueves, 12 de abril de 2012






No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.

 Jiddu Krishnamurti



Fotografía de
 Rosalind Solomon


Causalidad

Qué es lo que fue? Lo mismo que será

Eclesiastés Cap.1: 9

Me acuerdo que la primera vez que vi la palabra escrita pensé que se trataba de un error; que habían escrito mal "casualidad". Igual me gustó la idea. Es lo bueno de la ignorancia, digo yo: uno se sorprende mucho


Resulta que tal vez sea la ley con mayor aceptación que existe. Difícil resultaría, creo, encontrar alguien que la niegue:  acción y reacción, causa y efecto; binomio inexorable más allá (o más acá) de eficiencias y formalidades, de estrategias, moralinas, correlaciones o discursos elusivos: Causalidad.


Hay algo que me fascina en esa noción. En esa cadena infinita e ininterrumpida de la que somos eslabones y herreros todo el tiempo, cada mínimo segundo de nuestra vida, con cada acto y cada no-acto, cada sueño y cada represión, cada palabra y cada silencio
La desproporción casi kafkiana; el germen y el ser fruto de un orden absolutamente insospechado que cada instante en que existimos es en si mismo. 


Respecto de si a la consecusión de las causas y sus consecuencias las orquesta un destino o el azar de frac, hablamos en otra tertulia o cada uno en la interna. Por ahora, lo que quiero apenas es poner en marcha un mecanismo de miles de millones de toneladas soplando un granito de sal y dos maravillosos poemas (porque algo pasará, seguro, aunque yo no me entere nunca. Que ya lo lo decían los chinos con el batir de alas de las mariposas y los huracanes y los chinos siempre tiene razón cuando hablan de mariposas o huracanes, como ya sabemos todos):


Para que yo me llame Angel González


Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento


Angel González




Detrás de la estación Saint-Lazare. París, 1932
Fotografía de Henri Cartier-Bresson




Las  causas

Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.

J.L. Borges