sábado, 20 de marzo de 2010

El mundo gira

Existe un cruce de calles en Pekín donde, un domingo de julio por la tarde, sentí girar el mundo. Un empinado puente de piedra cruza el canal. Al otro lado baja una callejuela flanqueada por puestos de comida cuyos olores y humos envuelven a dueños, clientes y viandantes. Mientras bebía té verde frío de una botella, vi cómo un ciclista perdió el control al bajar del puente y estuvo a punto de estrellarse contra el primer puesto, donde un hombre vestido con una camiseta de tirantes, pantalones cortos de tela fina de algodón y chancletas comía, de pie, un tazón de sopa de fideos. Al otro lado de la calle, una mujer vendía unas verduras colocadas sobre un trozo de tela, en el suelo. Junto a ella, una joven menuda barría despacio, con una escoba de paja, la alfombra roja que cubría los escalones de entrada de un restaurante. En ese momento, otra joven vestida con un chipao rojo, perfectamente peinada y maquillada, atravesó el puente a pie llevando de la mano su bicicleta y se detuvo al otro lado, en un puesto de comida, para conversar con la dueña. Pasaban coches, niños, madres, taxis rojos, ancianos, furgonetas, una bicicleta con un remolque cargado de bidones de agua. Durante unos momentos que condensaron la eternidad del tiempo, con la espalda apoyada en el pretil del puentecillo, vi cómo giraba el mundo
Un sofocante mediodía de agosto, acuclillada como los chinos en el anillo externo del último piso de la pagoda de Anqing, contemplé el sol y su reflejo sobre la piel arrugada del río Chang Jiang, el paso lento de un gran barco de pasajeros, los tejados de la ciudad y los patios del antiguo templo budista, y volví a sentir que el mundo giraba. Los tejados eran ásperos y grises, de un gris cansado y opaco, y cada fila de tejas estaba rematada, como todos los tejados chinos, con un adorno redondeado con motivos geométricos, tal vez vegetales. Me contaron que Anqing tiene forma de barco, y la pagoda junto al río es el palo mayor. Durante su construcción, hace varios cientos de años, enterraron bajo sus cimientos a los malos espíritus, y mientras la pagoda permanezca en pie la ciudad estará a salvo de las crecidas del río
Llegué a Mogarraz en septiembre y las tejas eran de color rojo en lugar de grises. Vista desde la Peña de Francia al atardecer, la sierra se parecía, con Gredos al fondo, a las montañas donde serpentea la Gran Muralla. Una mañana, en el tendal de la Casa de la Fuente Arriba, mientras las cortinas de lino blanco se movían con el aire como las velas de un barco, lo sentí de nuevo. Sentada frente al cielo y la sierra, oí abajo en la calle el agua que caía en la fuente, el rebuzno de un burro y las voces de los vecinos que hablaban con esa dulzura sorprendente en la pronunciación de la letra jota. El mundo volvió a girar.
Luego se detuvo un mediodía y todo cambió.
Pero hoy, al caer la tarde, tendida sobre las sábanas arrugadas junto al hombre a quien amo, he oído el rodar desganado de un cubo de basura. Ha pasado el autobús. Alguien ha bajado una persiana anticipando la noche. Y supe que la gente seguirá pasando por ese cruce de calles de Pekín, que la pagoda de Anqing se mantendrá en pie y que en Mogarraz empezará la vendimia, como todos los años, el doce de octubre. Que pronto llegará el frío y haremos el amor bajo el edredón. Y que el mundo seguirá girando.


Berna Wang, Pequeños accidentes caseros
http://www.adamaramada.org/libro.php?poesia02


sábado, 6 de marzo de 2010

Transformador

¡Qué extraña máquina es el hombre! Usted le mete pan, vino, pescado y rábanos, y salen suspiros, risas y sueños

Niko Kazantzakis