domingo, 27 de septiembre de 2009

Un sueño cumplido

Si todavía se pudieran escribir poemas narrativos, esto seria un poema. Por mi parte, apenas si alcanzo a recordar nostálgicamente algunos de los que llenaron de sonidos, de furia y de lágrimas mi remota niñez. El vértigo, por ejemplo, de don Gaspar Núñez de Arce, que usted no conoce, entendiendo por usted a ese señor que me habla de literatura en el café de una plaza de Mallorca. Era un poema en décimas, forma métrica nada fácil y que don Gaspar esgrimía con soltura digna de buena prosa (dicho sin la menor ironía). Yo que nunca supe poemar de memoria, ni siquiera los míos que sin embargo me parecen secretamente memorables, recuerdo el comienzo:

Guarnecido de una ria
la entrada incierta y angosta,
sobre un peñón de la costa
que bate el mar noche y día,
se alza gigante y sombría
ancha torre secular
que un rey mandó edificar
a manera de atalaya
para defender la playa
contra los riesgos del mar

En mi vida sería yo capaz de mandarme (así decimos los argentinos) un poema capar de narrar algo de manera tan perfectamente justa, económica y a la vez bella. Porque don Gaspar sigue asì durante sesenta o setenta dècimas, lo que no es fàcil. Mire usted ecològicamente esta situaciòn de la ancha torre secular:

Cuando viento borrascoso
sus almenas no conmueve,
no turba el rumor màs leve
la majestad del coloso.
Queda en profundo reposo
largas horas sumergido,
y sòlo se escucha el ruido
que los aires azota
alguna blanca gaviota
que tiene en la peña el nido

Azotar el aire con un ruido de alas...¿no es admirable?: Los estamos escuchando todavía, y ya don Gaspar nos depara un brusco cambio que preludia el drama que tendrà por escenario la torre:

Mas cuando en recia batalla
el mar rebramado choca
contra la empinada roca
que allì le sirve de valla;
cuando en la enhiesta muralla
ruge el volcàn violento,
entonces, firme en su asiento
el castillo desafìa
la salvaje sinfonìa
de las olas y del viento

Despuès de algo asì, y como dicen los entendidos en tauromaquia cuando han asistido a una faena memorable, ya nos podemos ir. Yo tambièn, pero sin olvida nada; la prueba es que en vìsperas de mis sesenta y cinco me acuerdo todavìa de esas dècimas leìdas en alguno de los tomos de El tesoro de la juventud, allà en mi infancia en Banfield, provincia de Buenos Aires.
Y si ahora las rememoro en una costa mallorquina digna del castillo de don Gaspar, es porque todo se ha vuelto de nuevo infancia desde ayer por la tarde, a partir del instante en que me fue dado ver, desde el mirador del archiduque Luis Salvador cerca de Deyà, el rayo verde.

Soy incapaz de saber en què orden leì de niño una cierta novela de Julio Verne y el poema de don Gaspar; ambas cosas coexisten en la memoria y acuden juntas a esta màquina de escribir, hoy en que me hubiera gustado hablar del rayo verde como don Gaspar de su torreòn batido por el mar y la desgracia, ver nacer de mis manos tecleadoras un poema narratuvo que contuviera toda la maravilla por fin realizada ayer de tarde. Porque El rayo verde, novela poco leìda de mi maestro y tocayo, me contò a los nueve años que si miramos ponerse el sol en un horizonte marino, si el cielo es diàfano y si a ùltimo minuto no se cruza una vela de barco, una bandada de pàjaros o una nubecita caprichosa, con el ùltimo segmento de rojo hundièndose en la linea del azul veremos surgir un instantàneo y prodigioso rayo verde.
Yo vivìa muy lejos del mar, y el sol de mi infancia se ponìa entre alambrados, casas de ladrillo y sauces llorones. Subido a la azotea de mi casa esperè ingenuamente el milagro del rayo verde, y sòlo vi flacas antenas de radio; cundo veinte años despuès empecè a cruzar el Atlàntico y el Pacìfico, muchos atardeceres me vieron acechar algo que nunca se realizò aunque las codiciones parecieran impecables; y como ocurre en la mal llamada madurez, perdì la fe en el rayo verde y en el visionario que me lo habìa descrito y de alguna manera prometido.
Ayer, desde el mirador del archiduque Luis Salvador, mirè una vez màs hundirse el sol en el mar. Un amigo mencionò el rayo verde, y me doliò por adelantado que los niños presentes lo esperaran con la misma ansiedad con que yo lo habìa deseado en mi absurdo horizonte suburbano; ahora serìa peor, ahora las condiciones estaban dadas y no habrìa rayo verde, los padres justificarìan de cualquier manera el fiasco para consolar a los pequeños; la vida -asì la llaman- marcarìa otro punto en su camino hacia el conformismo. Del sol quedaba un ùltimo, fràgil segmento anaranjado. Lo vimos desaparecer detràs del perfecto borde del mar, envuelto en un halo que durarìa algunos minutos. Y entonces surgiò el rayo verde; no era un rayo sino un fulgor, una chispa instantànea en un punto como de fusiòn alquìmica, de soluciòn heracliteana de elementos. Era una chispa intensamente verde, era un rayo verde aunque no fuera un rayo, era el rayo verde, era Julio Verne murmuràndome al oìdo "¿Lo viste al fin, gran tonto?".
Un poeta romàntico hubiera escrito esto mucho mejor, don Gaspar o Shelley. Ellos vivìan en sueño diurno, y lo realizaban en sus poemas. La flor azul de Novalis, la urna griega de John Keats, el perfil de los dioses de Hölderlin. Mi rayo verde se vuelve a la nada en el mismo instante en que lo digo; pero era èl, era tan verde, era por fin mi rayo verde. De alguna manera supe ayer que mucho de lo que defiendo y que otros creen quimèrico, està ahì en un horizonte de tiempo futuro, y que otros ojos lo veràn tambièn un dìa

Julio Cortàzar, en Papeles inesperados

martes, 15 de septiembre de 2009

Saber mirar

Pájaros prohibidos



Por increíble que parezca, la principal cárcel de la dictadura militar uruguaya, se llamaba Libertad. Y por increíble que parezca, estaba prohibido en esa cárcel llamada Libertad, que los presos dibujaran o recibieran dibujos de mariposas, estrellas, parejas y pájaros.
Uno de los presos, Didaskó Pérez, maestro de escuela, preso por tener, como dijo el oficial que lo detuvo…preso por tener “ideas ideológicas”, recibió un domingo la visita de su hija Milay de cinco años. La hija le trajo un dibujo de pájaros.
Como los pájaros estaban prohibidos, la censura se lo rompió; los censores rompieron el dibujo a la entrada de la cárcel.
Al domingo siguiente Milay trajo un dibujo de árboles… como los árboles no estaban prohibidos… el dibujo, pasó. Y el padre le preguntó:
-Esas frutas, esas frutas de colores que hay… ¿Qué son?, ¿Naranjas, limones, manzanas?, ¿Qué son?.
Y la niña lo hizo callar:
-Shhh, bobo, ¿No vés que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.




Eduardo Galeano







(Y a veces la tristeza quita las naranjas de los àrboles; censor feroz.

Por suerte uno sabe que las naranjas, los peces y las alegrìas siempre encuentran por donde colarse... Sòlo hay que saber mirar)