viernes, 8 de julio de 2011

Esa batalla

Pocas cosas quedan de esos tiempos (breves y lentos, como casi todos los vértigos cuando se los mira pasado el temblor; como un paréntesis): el recuerdo de un muchacho del que me gustaban hasta los agujeritos de su camiseta, un patio con hormigas negras, la sensación de sentirme adulta e intrusa en cualquier rincón de la facultad, como si ellos no supieran que yo no tenìa nada que hacer ahí y, sin embargo, ahí estaba. Un aula muy pequeña, las once de una noche pesada, una ventana abierta y la lluvia que se mezcla con el humo de los cigarros. Abelardo y Eloísa. El bar de enfrente; aprender a tomar "una lágrima". La transfiguración de la palabra "compañeros" en 20 cosas distintas en menos de dos horas -inocencia, malicia, estupidez o vagancia mediante-. El concepto de "cristalización de la realidad". La emoción de ver a la gente discutir apasionadamente sobre los fundamentos del Ser en los pasillos de un jueves cualquiera ("cómo nadie me había dicho que este mudo también existe?")
Y, hoy, Gregorio de Nisa (por qué será que me acuerdo ahora de ésto?): su idea de el hombre como límite entre lo terrenal y lo divino, entre lo temporal y lo eterno; habitando un territorio que le es propio y que ningún otro ser en el universo comparte. Descubrir la idea del hombre como espacio, como frontera. Que haya una forma de entendernos donde se nos de ser apenas un límite. 
Y la fascinación de pensar que en ese límite (ese espacio, esa línea tan inmensa que si uno la mira desde el centro mismo sólo alcanza a ver horizontes) se desarrolle todo


Esa batalla


Niños jugando en las ruinas. Sevilla, España, 1933
 Henri Cartier-Bresson
¿Cómo compaginar
la aniquiladora
idea de la muerte
con ese incontenible
afán de vida?

¿cómo acoplar el horror
ante la nada que vendrá
con la invasora alegría
del amor provisional
y verdadero?

¿cómo desactivar la lápida con el sembradío?

¿la guadaña
con el clavel?

¿será que el hombre es eso?

¿esa batalla?


Mario Benedetti

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